mercoledì 22 ottobre 2008

Y le canto a la gesta de la mujer y el hombre

“Yo no vengo a resolver nada.
Yo vine aquí para cantar
Y para que cantes conmigo.”
Pablo Neruda
(Que despierte el leñador- VI, Canto general- Pablo Neruda)



Y le canto a la gesta de la mujer y el hombre
en el mínimo universo de los besos,
génesis del oro en cuyo oleaje
los barcos del almuerzo multiplican los puertos.

Canto al ritual del brote,
a los oficios del viento y del agua,
a la profunda noche del vino,
a las altas montañas donde reposan los astros,
al camino de luz que entra en la espesura.

Canta conmigo el grito de un Solo
que se abrazó a otro y otro
y otro más
hasta despertar la aurora.

La historia del hombre llega a la guitarra
a veces como un niño,
como una columna que regresa del frente, a veces.

Tal vez rumor de alas que deshojará la tarde
hasta desnudar la nave que viene por los sueños.

Cuando de casa en casa
a una hora precisa el pan crepite
las fieras del hambre se hundirán en su rascacielos.

Habremos cantado a coro hermanos mios
a la semilla urgente, al leño y a la llama,
al horno y al oficio,
a la risa enarbolada,
al profundo destino de la casa.


De: Otras explicaciones. 0111 Edizioni, Italia – 2008- / Edit. Ala de avispa, Mèxico, 2008

Explicación del imperialismo

Con todos los panes que no parten
ni comparten
los niños de la tierra
hacen un misil los asesinos.

Lo estallan luego contra cualquier pobre
país lleno de hambre.
Después lo ocupan
tiran de los hilos del surco
destejiéndole el futuro
y le sorben la tierra hasta lo más hondo.

Con las ganancias botan un nuevo acorazado
para llevar en sus cañones
más libertad a los hambrientos

En el laberinto de las yemas

En el laberinto de las yemas
vive un hombre que atesora
revelaciones de tí.

Corre a la orilla
tras cada marea de la caricia
a recoger objetos y sustancias
la conchilla de luz
cada artesanía que el oleaje desembarca
la espuma lunar
que crece en el viento de las profundidades.

Su casa respira en el centro del tacto,
y en medio de ti
su país que despierta con tu boca.

El espejo negro se desgrana

El espejo negro se desgrana
sobre un gallo de hoguera
que crepita en sus filos.

Vencedor de cronómetros,
guardián de la torre del día.

Erguido en su gobierno
de mínimas campanas
merodea el humus
abierto por la azada.

Desde su ojo de planeta riguroso
el alba gotea maíz encendido.

Despuès del despuès

Lapidario Guzmán ni abrió la boca. La noche se hizo un muro sin límites alrededor del grupo y si algo hubiera sucedido luego, no sé, una gota del vaso de Sisemio deslizando su azafrán hasta golpear la tierra, el aliento haciéndose una espada en el aire, el tiempo, ese frágil silbido a veces, se habría partido en tantos infinitos el paisaje, que hoy la historia sería diferente.
Los jueves a la tarde vestía su guardapolvo azul y entraba al galpón de las estrufallas. Encendía la luz negra y se dejaba llevar por el largo corredor mirando una a una las celdas pequeñas y malolientes.
En el final del húmedo pasillo una enorme biblioteca desierta custodiaba el escritorio de metal sobre el que se apilaban carpetas, cartuchos del 14 y la tímida constelación de botones rojos del tablero de seguridad de las jaulas.
Sentado, reposaba las piernas en una pequeña banqueta azul mientras afuera la noche comenzaba lentamente su gobierno implacable. Así las cuatro noches mensuales, percibiendo el seseo de los machos dormidos, el áspero roce de las patas escamosas en los acorazados cuerpos.
Cada tanto una luméndrola trazaba un hilo de baba fosforecente en la sombra y al segundo, inexorablemente, el chasquido, un gemido después casi imperceptible, y más tarde el sordo estertor del final. Y las endiabladas mandíbulas de alguna estrufalla rechinando en el saboreo agridulce, bañadas de cierta baba fosforecente que se evaporaba de a poco hasta no ser sino una sombra más en el sopor de la oscuridad.
La rutina de los jueves por la noche. Gino intentó cierta vez combatir la elástica constitución de las horas instalando un pequeño televisor en el escritorio. A la mañana siguiente lo encontraron paralizado, casi verde, con los ojos desorbitados y extrañas palabras inconclusas prendidas de la boca.
Se lo anticiparon, pero él no entendía mucho de estas cosas. Pensó que sólo justificaban sus exigencias obligándolo a estar atento en un filo de tensión casi insoportable. No fue capaz, en su ceguera, de entender porqué las guardias se cumplían con turnos de un día a la semana, y que cada noche otro como él se hiciera cargo de la tediosa rutina de esperar el amanecer detrás del escritorio, en la oscuridad, en completo silencio, con una escopeta de dos caños siempre a mano y el inyectable de efecto súbito para estirar por unas horas sus posibilidades de supervivencia.
Cuando aquella vez le preguntaron por su experiencia, la rica historia de Gino en los suburbios abandonados, sus andanzas por los graves galpones del ferrocarril y la derruida zona industrial bastaron para ganarse el puesto.
Otros tiempos. Las estrufallas no habían evolucionado todavía, se arrastraban como babosas gigantes por los ángulos sombríos cazando luméndrolas y pequeños escorpiones de aceite, y nada hacía prever que la nueva especie alcanzara semejante desarrollo. La mutación, repetía kafkianamente un viejo profesor universitario de Biología.
Gino no entendía de mutaciones, nuevas especies, apocalipsis y largas caravanas de sobrevivientes hundiéndose en el sur ignoto, y ya de tan depredado casi inhabitable.
Él se había negado a abandonar su territorio, su vastedad de rincones, su intrincada red de pasadizos y refugios. Después de aquella luz enceguecedora y el viento de piedra que arrasó los primeros barrios, luego de la nieve roja cuando ya todos los rumores habían sucumbido, la piel de corteza centenaria era suficiente protección ante mordeduras de frío y alimañas.
Con las semanas adquirió un sentido auditivo envidiable para captar el mínimo roce de un cuerpo sobre cualquier superficie. Luego le llegó como don maravilloso el olfato más agudo, bestial, exacto que pueda imaginarse.
Mientras todo parecía suspendido en el tiempo, e iban y venían hombres embutidos en trajes especiales, Gino perseguía su almuerzo, pequeñas especies escurridizas, mirando a la distancia la reconstrucción de lo posible.
Fue acercándose de a poco, hasta que alguien ganó su confianza, y luego otro, y terminó colaborando en un escuadrón de hombres como él, hechos a las nuevas circunstancias.
La primera estrufalla evolucionada lo acorraló una mañana en un corredor de la Superintendencia del Ambiente, donde desmontaban artefactos eléctricos. Alcanzó a hundirle un destornillador en el pecho antes que la bestia le llegara al cuello. Supo que la historia no sería la misma.
Entonces, durante las guardias, la escopeta de dos caños estaba siempre a mano.Pero no entendía demasiado. No alcanzaba a comprender el porqué de las celdas, la razón imbécil de mantener vivos los últimos ejemplares de la especie.
En lo que fue el centro de la ciudad el vértigo de los andamios aceleraba día y noche la nueva geografía. Dentro del perímetro enrejado crecían jaulas gigantescas y laberínticas galerías cerradas. En uno de los pabellones se expondrían las bestias, detrás de triples cristales de máxima seguridad.
Él no entendía ciertas cosas. Fue un jueves, tal vez entre sueños avanzada la noche, de una fosforecencia a otra en el galpón a oscuras. Comenzó a verse estrufalla, último eslabón de la evolución mutante, fiera descompuesta en tantas otras versiones cada vez más monstruosas.
Y un relámpago de idea que lo fulminó detrás del escritorio, con las piernas abatidas en la banqueta azul y todos esos cartuchos del 14 frente a las narices.
Rascó la piel casi fósil de su mano izquierda y encendió todas las lámparas.
Un gemido, primero, después el creciente bramido de las criaturas que lo empujó a la escopeta.Pulsó la cerradura electrónica de cada una de las celdas desde el tablero del escritorio y esperó, con la vista en ningún lugar, el rumor compacto de las pisadas sobre el pasillo.
Fue la lucha por una luméndrola, el forcejeo silencioso, un estampido luego. Y la boca chorreándole una baba fosforecente.Más tarde otro silencio, diverso, espeso, maloliente, como una niebla en el galpón vacío, alrededor de las huellas compactas perdiéndose en la noche.
Tal vez como lenta caravana de sombras inexplicables siguiendo a respetuosa distancia al macho alfa de brazo armado.
Y muy después los gritos, el pánico alrededor de quejidos y plegarias, lejos, entre los andamios.
Lapidario, Sisemio y los otros dos operarios de la grúa casi ni respiraron, vieron la carnicería desde la altura. Esperaron tres días entre una nube de carroñeros y todos los inexplicables porqué a mansalva.
La patrulla allá abajo les dio coraje para descender a lo que quedaba del infierno.

Nos preocupa Lucio

Despertaba con un largo ronquido, ciertamente feroz, que se extendía lentamente hasta ocupar la casa. Luego, como si se tratara de un cachorro de lobopial, con todo lo que se sabe de su infinita ternura cuando amanecen al amparo de la madriguera sobre la mullida alfombra de vellones, abría los ojos de repente y se rascaba la cabeza.
Nunca se quejó del riguroso horario que imponía el cuidado de la especie y las tantas responsabilidades de la hacienda.
Ese lunes, luego del desayuno, no se calzó las botas de andar por el monte ni el cuchillo en el cinto. Salió descalzo a mirar el jardín y calcular el tiempo.
En días de lluvia los lobopiales no se aventuran al exterior. Y aunque todavía a la distancia no se advierta la llegada del aguacero, los bichos ya duermen cubriéndose con sus colas de zorro y resoplando silbidos casi imperceptibles.
Tardaría Cristina en traer los bidones de leche tratada. Ella sabe que cuando hay agua en ciernes no comen nada. Yo, en cambio, siempre creí que esas pobres criaturas no hacían más que rebelarse al tratamiento carcelario que soportaban. Lo habíamos hablado con Lucio tantas veces.
Desde el último ataque dormía vestido, sólo me quitaba los zapatos, y a media mañana, terminada la faena gruesa, volvía a la casa a ducharme y cambiar la ropa. Lucio siempre fue un excelente contador de cuentos, y su especialidad, los chistes relacionados con la naturaleza, era parte de nuestra tradición recreativa sobre todo bajo los aguaceros que solían extenderse varias semanas sobre el caserío.
No había más de doce viviendas, pequeñas, blancas, de suaves ventanas bajo los alerces. La gente vivía de su trabajo en la ciudad, salvo un matrimonio de ingenieros agrónomos que instaló un criadero de sarquídeas moras en su terreno y, no sin esfuerzo, logró colocar toda la producción para una fábrica de candados de Eslovaquia.
Lucio aceitaba un engranaje de la desobstructora general cuando las primeras gotas se hicieron oir con vehemencia sobre el techo de zinc de la casa. Yo lavaba los bebederos frente a la ventana de la cocina, aprovechando para echar el agua del enjuague, rica en nutrientes, sobre la doble hilera de mursalas que eran la verdadera pasión de Cristina.
Ella, todas las tardes al caer el sol, salía con un colador de té a recoger la mínima hojarasca de esos arbustos erguidos como niños flacos. Luego ponía en remojo las delicadas cintas grises que, cuando comenzaban a soltar breves burbujas aceitosas, batía en la procesadora con un puñadito de azúcar, una manzana cortada en dados pequeños y a veces hielo picado. Con qué placer rugía sonriendo cuando su bebida era pronta.
Pero ahora que la lluvia arreciaba, Cristina no hacía más que lamentarse por no haber juntado la hojarasca antes. Nos reímos tanto con Lucio. Ella en tales circunstancias no tenía otra salida que aceptar los mates de él y mis buñuelos de banana.
Lucio a veces dejaba escapar del viejo tocadiscos melodías que, lo supimos luego, sedaban a los lobopiales de manera increíble.
Nos dimos cuenta tarde, después del ataque. Cristina lagrimeando cambiaba la venda a Lucio, que mejoraba lentamente. Esa vez fui yo quien para cumplir el rito de Lucio puso un disco.
Entonces la música. Una balada de Miles Davis... y colándose entre las notas melancólicas de la trompeta, uno a uno los agudos alaridos de las bestias que fueron transformándose en lánguidas sombras de un rumor que acabó diluído en nuestra sorpresa. Todos nos miramos, incluso Teresa que estaba a punto de partir y no se movía entonces de la casa, tal vez por el pánico, o la herida que aún le daba impresión cuando caminaba; contuvimos la respiración, mirándonos casi de reojo, sin movernos.
Cristina, que tenía cierta ansiedad o angustia que la movilizaba a extremos insospechables, destrabó el seguro de su Colt y salió rumbo a la zona de madrigueras. Sentimos un silbido como rayo y antes que se perdiera su pincelada de plata estábamos junto a ella. Inmóvil señalaba las madrigueras, mientras contenía sus reflejos en la culata brillante.
Las bestias dormían estiradas, una junto a otra, abrazándose con las enormes colas de zorro, emitiendo un rumor filoso casi imperceptible que lo hallé parecido a cierto viento del sur que se cuela entre las cañas del secadero de tupardas que Lucio construyó en el fondo.
Teresa, antes de irse, nos dejó diagramado el plano para la red de parlantes. Reía. Bueno, todos reímos, en realidad. Fue la primera y única vez en todos esos años que Teresa utilizó conocimientos de su especialidad como Técnico en Audio y Video, en lo que ella llamó el increíble fin de todos mis esfuerzos como estudiante para musicalizar las dormilonas de unas tristes bestias escamosas.
De haber tenido antes la información hubiéramos evitado tantos dolores de cabeza. Pero Lucio no se hacía demasiados problemas. Cristina tampoco.
Con el tiempo terminaron enamorándose. Yo lo veía venir... tanto tiempo juntos, preparando almácigos de sáricas verdes en el fondo, o la leche tratada para los lobopiales... ya lo sabía, aunque nadie dijera nada.
Cristina tenía además una especial curiosidad por las cosas. Siempre admiré esa virtud, sí, es un condición admirable animarse a tantas preguntas. Como si uno no tuviera ya demasiadas.
Teresa tomó largas vacaciones, sanó completamente de su pierna y pudo terminar el doctorado. Ahora está a cargo del Laboratorio de Especies Acuáticas de la Universidad de Belgrado, cada tanto me escribe, manda unas postales que al abrirse emiten sonidos que remiten, indudablemente, al ronco despertar de un lobopial cachorro. Siempre dijimos que era flor de cachada para Lucio, aunque Teresa jamás lo admitió y el mismo Lucio se divierte con la idea, claro.
He descubierto en los últimos meses, luego de repetidos análisis de cierta caspa que sueltan en épocas de celo, que los lobopiales, como sospechábamos con Cristina, son sensibles al polen de las mursalas.
Estamos preocupados. Tres muertes en dos meses es un promedio alto para el índice de mortalidad que naturalmente se registra en estas bestias.
Tratamos de mejorar la leche con algunos compuestos que creemos anularán la incidencia del polen en sus organismos.
Pero no encontramos solución para Lucio. Hace varios días que se siente desganado, y por toda palabra emite un silbido delgado, poroso, semejante al de los lobopiales machos que estan agonizando.

Otras explicaciones editado en Mèxico

Desde el 1 de octubre se encuentra a disposiciòn de los lectores de Mèxico el libro de Gabriel Impaglione "Otras explicaciones" editado por Ala de avispa.
Cuenta con pròlogo del poeta argentino Luis Benitez; la ilustraciòn de tapa es una obra perteneciente al destacado artista dominicano Alejandro Cabral.
Para los interesados:
Título: Otras explicaciones.
Autor: Gabriel Impaglione.
ISBN: 978-607-7570-00-4
$75
se puede adquirir a traves de la web de Ala de avispa:
http://www.aladeavispa.com/index.html
Y tambien solicitàndolo via correo electrònico:
Compra de libros: compras@aladeavispa.com

Comentarios:
El universo poètico de Impaglione es fascinante, El autor no es jamàs banal consigue aunque con pocos versos emocionar al lector. Una poètica madura y al mismo tiempo genuina. Notable sensibilidad artìstica la de Gabriel Impaglione”.
(Giusy La Piana, Italia).

Del Pròlogo de Luis Benitez:
La voz de las cosas, entre las palabras de Gabriel Impaglione “Otras explicaciones”, de Gabriel Impaglione, ofrece distintos registros y estratos de significado a sus lectores. No es que nos encontremos ante un abuso de la polisemia al abrir sus páginas, sino que las posibilidades de cada verso han sido medidas por su autor, de modo tal de poder actuar sobre la mente y la sensibilidad de sus lectores, orientándolas hacia diferentes caminos, según sea su intención. Podemos hablar de una intención predominante, la que regirá sobre el sentido general de cada poema, y de intenciones secundarias, que provienen de pasajes del poema, detalles de la construcción de los versos o, de un modo todavía más sutil, expresadas mediante claves de sentido que surgen en alguna línea y luego parecen desaparecer, para resurgir más tarde y completar el efecto de su primera aparición.Así, por ejemplo, sucede en uno de los poemas iniciales, titulado “ La Justicia ”, donde la corriente principal que parece animar a la composición en su conjunto es la intención social, por otra parte, uno de los pilares temáticos de la obra de Gabriel Impaglione, pero surgen y se imponen otras sugestiones que amplían los alcances del poema, inclusive empleando medidamente el difícil recurso del humor:
De la muerte se embanderan los verdugos.
Los fúnebres bronces que abundan, graves,
en plazas y museos y cuarteles.
(Allí hacen justicia las palomas)
……………………………………..
De la muerte se vanaglorian
los sicarios de la daga, del zigzag de acero.
Ellos se cuelgan medallas entre ellos
se palmean con reivindicaciones que dan asco.
(Allí hace justicia la memoria)
………………………………………


Sobre “Otras explicaciones”
“El camino poètico de Gabriel Impaglione, despuès de Explicaciones con mar y otros elementos, se enriquece con este nuevo libro que se entrelaza con el anterior.El autor argentino tiene una natural propensiòn a examinar los sufrimientos del mundo, (sobretodo aquellas desigualdades marcadas que oprimen aùn màs), en cierto campo con rasgos marxistas pero interpretadas con un humanismo màs personal. Existe un mensaje polìtico liberador, casi una suerte de poètica èpica- popular donde lo èpico encuentra una funciòn solemne del verbo para reforzar el concepto expuesto y el tono popular, en cambio, es la forma usada, la mas simple posible, para que pueda ser inmediata la compresiòn entre la mayor cantidad de destinatarios, esto es, a todos aquellos hombres menos iguales de los otros.Su poètica no es una forma estilìstica y expresiva que pueda eventualmente hacer entrar este libro entre las obras exclusivamente polìticas, pero trae la fuerza desde la base para expandirse en un in crescendo de preciosidad artistìca que la hace poesìa a todos los efectos. En esto encuentro cierto parecido con textos del Che Guevara, mas conocido como combatiente por la libertad, pero que ha conseguido a transferir sus ideales en poesìa, indudablemente de caràcter polìtico, pero de notable belleza.Gabriel Impaglione ha fundido admirablemente su natural empeño polìtico con su natural estilo poètico. Es una bella colecciòn de poesìas que aconsejo sin dudas de leer, independientemente del propio credo politico”
(Renzo Montagnoli, Italia, para la revista Arteinsieme- 2008)

Otros comentarios:

“Poesía necesaria, cotidiana, insurrecta pero tierna, vociferante pero callada, sutil pero combativa. Poesía para todos como el pan, el vino y la alegría.”
(Adriano Corrales, Costa Rica.)

“Otras explicaciones, canción hacia la vida y lo humano que me ha fascinado. Versos que brotan de la madurez y sensibilidad del creador como racimos de fuego que no queman y que calientan el alma y reducen el silencio a la acción cotidiana, poesía caminante en las horas y sus días con los hombres y mujeres cuya compañía las palabras encuentran en sus miradas horizontes de niño.” (Daniel Alarcòn Osorio, Guatemala)

el blog de isla negra

http://isla_negra.zoomblog.com/
autor.; Gabriel Impaglione
país: Argentina / Italia.

El blog de la revista isla Negra (que se envia por mail, gratuitamente) es tambien casa de poesia y literaturas, incluye agenda, noticias y comentarios, entrevistas, actualidad y Memorias. Textos en espanol, italiano y portugues. Una gran cantidad de links y actualizaciones de paginas literarias en su seccion Web.